Por Federico Poore |
Leandro Hipólito Illia,
hijo del ex presidente, reflexiona sobre la crisis del radicalismo y la
situación del partido en la Ciudad, donde se anotó como posible candidato a
diputado Formó parte del gobierno de Raúl Alfonsín, donde se desempeñó como presidente de la Caja de Asignaciones Familiares para el Personal de la Industria. “Administrábamos sesenta millones de dólares por mes. Los ministros me pedían plata”, se jacta Leandro Hipólito Illia desde su estudio de abogados en la calle Perú. A sus 65 años, el hijo de Arturo Illia acaba de lanzarse como precandidato a diputado nacional por la Unión Cívica Radical con la intención de reconstruir el espacio en la Ciudad, donde el año pasado la lista encabezada por Silvana Giudici obtuvo apenas el dos por ciento de los votos. Su discurso apela a la dirigencia radical, a la que le reclama una conducción progresista y una discusión interna previa a cualquier acuerdo electoral. “Estamos en el mismo barco, pero hoy no sabemos quién es el timonel”, dispara. Esta semana se lanzó como candidato a diputado nacional. ¿Qué lo hizo tomar esa decisión? Hace mucho tiempo que vengo trabajando en el partido, más allá de que tengo un bajo perfil. Unos amigos me pidieron que lo hiciera. Me lo habían sugerido la elección pasada, pero desistí. No podía ir con Udeso, porque no estaba de acuerdo con la alianza que se hizo. ¿Quiénes son sus referentes nacionales? ¿Me equivoco o usted está más cerca de Nito Artaza que de Oscar Aguad o de Ernesto Sanz? Lo más probable es que sí. Sé que Nito ha hecho un gran esfuerzo para llegar a su banca, incluso que tuvo que presentarse como candidato por Corrientes por culpa de muchas de las cosas que conocemos que suceden en Capital. Es precisamente eso lo que motiva mi emprendimiento: tratar de recuperar el partido en la Capital y en el país. ¿Cómo explicaría la crisis que vive el radicalismo? Hace quince o veinte años que hay un desconcierto de la dirigencia. El radicalismo perdió identidad y representatividad. Se atomizó en sí mismo cuando se alejó de la gente: no consultan al afiliado, no se reúnen los cuerpos orgánicos del partido, las decisiones se toman entre cuatro paredes. Por eso, en la última elección, en Capital, sacamos menos del dos por ciento, cuando históricamente éramos el 25 o el 30 por ciento. Me opuse a la Alianza, en su momento, porque no tenía un programa concreto detrás. Mi hipótesis es que, en política, podés hacer muchas cosas, pero no improvisar. Este factor ha llevado a la desmotivación y a la paralización del partido. Por último, hemos sufrido una migración interna, producto de desaciertos y de quienes han usufructuado el sello de la Unión Cívica Radical para luego irse y hacerse conocidos. ¿Cree que el partido debe recuperar su perfil progresista? Sin dudas: no hay radicalismo que no sea progresista. Pero con la forma conservadora de Udeso se terminó por diluir la identidad de la UCR. A todos nos conviene tener un partido pujante, poderoso ideológicamente, con un programa bien estudiado. Después vendrán las alianzas. Quiero hacer acuerdos con un partido fortalecido, no con uno debilitado. ¿Cuáles son los dos o tres puntos que el partido debe defender? En el plano económico, la ideología fundamental del radicalismo es la planificación. Si no planificás no podés dirigir un país. Aunque este concepto no es, en sí mismo, ni antiprivatista ni proestatista. Una aclaración más: la UCR siempre ha tenido dos alas, pero el ala progresista siempre ha triunfado. ¿Cómo ve, en ese sentido, la posibilidad de una alianza con el Frente Amplio Progresista? Estamos viendo. Hace poco fui a Rosario, porque soy muy amigo del vicegobernador (Jorge Henn), y estuvimos junto a ochenta intendentes de Santa Fe charlando sobre la grata sorpresa que me daba la alianza que veinte años atrás se hizo en Santa Fe. No es una alianza sin rispideces, pero así y todo funciona. ¿Qué contactos mantiene con el FAP? En las últimas elecciones, la gente del partido en Santa Fe me llamó para que los acompañe y estuve en el mismo búnker que Hermes Binner. A Binner lo conozco, como conocí -y fui amigo- del padre del socialismo en Santa Fe, Guillermo Estévez Boero. Militábamos en la CGT de los Argentinos junto a Raimundo Ongaro, Agustín Tosco y varios otros. Mi simpatía hacia el socialismo santafesino viene desde entonces, de cuando combatimos a la dictadura militar. ¿Cree que la figura de su padre fue reivindicada a partir de medidas como la expropiación parcial de YPF o los apoyos en torno a la causa Malvinas? Su figura ya había sido rescatada a muy poco de abandonar el gobierno. Recuerdo que a cuatro meses de haber caído, cuando tomábamos el 60 para ir la casa de mi hermano (porque mi padre no tenía ni un metro cuadrado en la Capital Federal), la gente se levantaba para darle el asiento. No podían creer que el ex presidente Illia fuera en colectivo después de haber tenido chofer propio en la Quinta de Olivos. Hay que volver a los grandes, y los grandes son humildes. ¿Cuál es su evaluación del gobierno porteño? Quienes hoy conducen la Ciudad no conocen, ni geográfica ni humanamente, a Buenos Aires. Si hasta se subejecuta el presupuesto en Educación. ¡En educación! ¡Es una locura! ¿Cuánto gasta hoy el gobierno en publicidad? Un buen administrador necesita ponderar los recursos pero, ante todo, conocerlos. Este gobierno no los conoce. ¿Qué debería hacer el radicalismo para volver a ser un partido competitivo? El enemigo está entre nosotros y es la falta de autocrítica. Muchas veces nos decimos radicales pero no sabemos dónde estamos parados: estando en el mismo barco no sabemos quién es el timonel. Eso le ha hecho mucho daño al partido. Es importante que volvamos a salir de nuestra caparazón porque el país necesita un reaseguro, no chistosos o iluminados. ¿Qué reaseguro de institucionalidad hay si esto se va al diablo? ¿Y qué papel puede cumplir usted en este armado? Propongo hacer una gran autocrítica, sin entrar a personificar pero describiendo lo que pasa. Hay que dejar de lado un rasgo que ha caracterizado a muchos, o a muchas, como la soberbia, sobre todo en la Capital. Mi tarea es ésa. No me motiva un cargo.
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