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El corazón...




Lo más insano que tiene el corazón es su indescriptible sensibilidad. Hacia el exterior se muestra robusto y fuerte, como el de un ser que sabe lo que hace y hacia dónde se dirige; pero -por dentro- el miedo repleta cada latino de razón. ¡Estúpida razón! Porque el corazón no piensa, siente y actúa instintivamente. Y es así que las palabras se hacen silencio, por que se pronuncian mutismos de sentido. Es el miedo, me digo – a veces.

A veces, se atreve a sentir libremente y florece. En cada bombeo es señal de vida y ese miedo se extingue; pero una señal de retaguardia desde el otro lado, lo estrangula, atemorizándolo nuevamente. Y comienza a dudar. No sobre lo que siente. De eso siempre está seguro, aun cuando duda. Lo que hace, es comenzar a resguardarse, otra vez en la oscuridad. Teme al pasado pisando fuerte en el presente, nuevamente. No quiere volver a probar el sabor de ese amargo fruto.

Un mensaje sin responder, la omisión de un beso o un silencio donde tendrían que existir palabras. Todas esas acciones son virtudes para algunos. Seducción le dicen algunos, pero el corazón las entiende como descuidos que lo lastiman. No es que no crea y necesite el juego de la seducción. Es más, lo disfruta; lo que sucede, es que no quiere que jueguen con él, otra vez. Necesita la certeza de la espontaneidad. El "no raciocinio", la instintiva percepción de quien desea entregarse… porque eso, es lo que simplemente hace: dejarse rodar en la marea de sentimientos que lo aglomeran.

La ilusión. Ese despertar soleado. Ese brillo en el alma, aun en el día más grisáceo. Eso desea. Un corazón que se atreva, que se anime a dejar de pensar. Un bombeo arterial vecino.  Y cuando lo encuentra saborea el más grato deleite de la libertad. Que no es más que el amor. 

El deseo. Real y certero. La necesidad. De ver. De tocar.
De sentir. De abrazar. De acercarse. Del silencio.
La observación prematura de cada momento, cada situación, casi sin ver..

Ese sueño que contrae las manos y el cuerpo. Retrotrae los pies y los envuelve en el otro. Ese tacto suave y fulguroso, pasional pero delicado. Esa furia sin violencia. Ese ardor sin dolor. Un fuego que quema y refresca.

Esa libertad, del amor.

Y eso busca. Pero es sensible. Es oscuro o se oculta en la oscuridad, porque la luz demanda una fuerza que en cuerpo, puede simular tener. Disfrazándola de arte, de palabras, de grandilocuencia… pero la realidad es, que es tan sensible que una mínima palabra lo desconcierta hasta el llanto. Y no quiere llorar más tristezas. Después de tanto, ha decido que es mejor: lagrimear alegrías.

Es el corazón. Esa coraza de vida, que nos mantiene en pie.
¿Por que no mantenerlo -también- en pie?



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