Entonces habló marcialmente Bashar al-Asad –por primera vez en siete meses– y culpó, como era de esperar, a los «terroristas» y «títeres occidentales» de la guerra civil siria. El Ministro de Exteriores turco, Ahmet Davutoglu, el de la política de «cero problemas con nuestros vecinos» , comentó que Asad solo lee los informes de sus servicios secretos. Estás bromeando, Ahmet; puede que Bashar no sea un Stephen Hawking , pero es seguro que sabe dónde están sus agujeros negros. Asad, además, tiene un plan: un diálogo nacional que lleve a una carta nacional –que sea sometida a referéndum– y luego un gobierno ampliado y una amnistía general. El problema es quién va a compartir tanta felicidad embotellada, porque Asad descarta totalmente a la nueva coalición opositora siria así como al Ejército Libre Sirio (ELS), describiéndolos como bandas reclutadas por el extranjero que reciben órdenes de potencias extranjeras para implantar una agenda suprema: la partición de Siria. A p