No salieron jamás
del vergel del abrazo,
y ante el rojo rosal
de los besos rodaron.
Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas
tajantes.
Y los rígidos rayos.
Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron
por el viento impulsados
entre bocas
desechas.
Recorrieron naufragios
cada vez más profundos,
en sus
cuerpos, sus brazos.
Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y
lunas,
de noviembres y marzos,
aventados se vieron:
pero siempre abrazados.
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