Hay bocas que al besar, muerden. Y al morder enseñan su fogosa actividad. Otras no entienden y empalidecen en el ritual. Hay labios que miran y excitan. Su solo movimiento nos atrae hacia otra realidad. Hay besos que comen y mastican, tan suave que siempre quieres ser comido. Lo buscas. Hay besos que te agarran desprevenido y te sazonan la razón, dejándote en fuego. Aunque no es solo un beso. Hay otros que se esperan y se piensan; y, aun así, pensados, esperados…nos sorprenden. Lo hacen porque nos dejan sin palabras. Son los besos que tanto pánico les da a los escritores. Esos que no se dejan describir, aquellos que no se repiten, no se entienden y dejan la cabeza en una placentera nulidad. Por eso le temen, porque luego de esos besos, quedan sin ideas, flotando en la boludez, por horas y, quizás, hasta toda una vida.
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