Un estudio realizado por David Owen y Jonathan Davidson publicado en 2009 en la revista "Brain. Journal of Neurology", realiza un estudio de los presidentes de Estados Unidos y los primeros ministros del Reino Unido que han ocupado eso puestos en los últimos 100 años". El texto rezalta los trastornos psicológicas del liderazgo. ¿Podemos hablar de una patología propia del poder? ¿existe la enfermedad del poder?
En la Grecia antigua la palabra "Hybris o Hubris" hacía referencia a las acciones crueles, vergonzosas y humillantes que un abusador cometía sobre su víctima por mero placer, es decir, "desmesura psicológica" en aquellos que habían atravesado la frontera de sus posibilidades humanas cuando se les había conferido poder, haciéndolos rígidos, egocéntricos, crueles, prepotentes y en el fondo irracionales.
La persona que cometía Hybris era "culpable
de querer más" que la parte que le había sido asignada por el
destino. Los dioses castigaban a aquellos que presentaban esta patología moral
mediante Némesis, diosa de la Justicia y la equidad, con una cura de humildad
obligando a los afectados a volver a sus posibilidades humanas.
En la actualidad lo utilizamos para referirnos a un
trastorno paranoide denominado "síndrome de Hybris", caracterizándose
como un trastorno que genera un ego desmedido, un enfoque personal
exagerado, aparición de excentricidades y desprecio hacia las opiniones de los
demás. Se suele asociar a cargos de poder, tal y como pueden
ser políticos, financieros, empresarios, grandes fortunas, famosos...
En el ámbito de la salud mental siempre se han reconocido
los efectos que tiene el poder en las personas (en las dos direcciones, como
cuando hablamos de la erótica del poder o del dinero). Entre otros síntomas del síndrome
de hybris, encontramos:
- Confianza exagerada en sí mismo, imprudencia e impulsividad.
- Sentimiento de superioridad sobre los demás.
- Identifican su propio yo con la nación o la organización que conducen.
- En su oratoria utilizan el plural mayestático "nosotros".
- Pierden el contacto con la realidad.
- El rival debe ser vencido a cualquier precio. Se creen indispensables.
- La pérdida del mando o de la popularidad termina en desolación, rabia y rencor.
Podemos plantearnos, en el contexto del lado oscuro del
liderazgo, si el poder es capaz de generar algunos desórdenes psíquicos y
problemas conductuales. La respuesta, sin lugar a dudas, es que SÍ.
Entre los trabajos que fundamentan este campo de
investigación está el artículo de David Owen y Jonathan Davidson publicado en
2009 en la revista "Brain. Journal of Neurology", con el título
"Síndrome de hybris : ¿un desorden de personalidad adquirido? Un
estudio de los presidentes de Estados Unidos y los primeros ministros del Reino
Unido a lo largo de los últimos 100 años". El texto de Owen y Davidson
enriquece una larga serie de estudios sobre las determinaciones psicológicas
del liderazgo. Terminan recogiendo su trabajo con la publicación del libro "En
el poder y en la enfermedad".
Su enfoque se centra en los líderes a los que el poder se
les ha subido a la cabeza, describe el síndrome de hybris con
precisión, identificando sus peculiaridades y discriminándolo de alteraciones
similares. Sostiene la tesis que el síndrome de hybris o embriaguez
de poder es el lado oscuro del liderazgo. Los grandes líderes suelen
tener carisma, un encanto especial, capacidad de persuasión, disposición para
tomar riesgos y confianza en sí mismos. Observan que suelen estar poseídos
para evaluar las consecuencias de los propios actos y un desdén por los
detalles propio de quienes se creen infalibles.
Los síntomas del hybris abundan en
personajes que han adquirido mucho poder sin estar dotados de la necesaria
autocrítica ni de las condiciones psíquicas para manejarlo. Cuando un político
no admite otro criterio que el propio, no escucha, se obceca en sus posturas
personalistas y se aleja de la realidad, pierde el componente racional que
siempre debería justificar su mandato.
Este tipo de cuadros psicológicos afectan sobre todo a la clase política y financiera, ya que adquieren un desmesurado poder en un instante dado, con una escasa o nula preparación humana, y la reacción de defensa suele ser la distancia, la rigidez y el aislamiento del entorno. La condición necesaria para que esto suceda es la poca madurez psicológica en una personalidad con un mundo interior sobredimensionado, y una afectividad anómala. Podemos ver a estas personas, incapaces de cambiar, persistiendo en el error, rodeadas de una ingente corte de aduladores y arribistas disfrazados de consejeros áulicos.
A veces estas debilidades se ven como una simple tendencia a
cometer errores, pero en el síndrome de hybris vemos que están
unidos por un mismo hilo conductor, entendido como excesiva confianza en si
mismo, orgullo exagerado, desdén por los demás. Tiene rasgos en común con el
narcisismo, pero es una manifestación más aguda, que incluye el abuso de poder
y la posibilidad de dañar la vida de otros. Es decir, un conjunto de síntomas
evocados por un disparador específico, "el poder".
El síndrome de hybris es adquirido y puede ser pasajero o persistente. A veces se desencadena a partir de un éxito extraordinario -tal como un gran triunfo electoral, en democracia- que dé lugar a un liderazgo casi ilimitado, sin contrapoder. Y también que se desarrolle ante adversidades sociopolíticas de gran envergadura, como pueden ser una guerra o un desastre financiero.
Owen y Davidson extraen algunos corolarios políticos de su estudio. Sostienen que "debido a que un líder intoxicado por el poder puede tener efectos devastadores sobre mucha gente, es necesario crear un clima de opinión tal que los líderes estén conminados a rendir cuentas más estrictas de sus actos".
Y agregan: "Como las expectativas cambian, los líderes deben sentir una
mayor obligación a aceptar las restricciones de la democracia, como es el
período de ochos años de EE.UU." Aconsejan que médicos y psiquiatras
colaboren en diseñar leyes y procedimientos para acotar el daño del hybris.
Podemos concluir que el síndrome de hybris, sería más
bien, un estado al que se llega por tener unas condiciones personales psíquicas
específicas y unos déficits concretos. No es justo, ni ético, ni científico que
la clase dirigente, política y/o económica, de un país no pase ningún tipo de
filtro, tanto de salud física como psíquica, para ser designado previamente por
su partido como candidato. Debería estar estipulado por ley un criterio de
selección como en cualquier otro puesto del estado.
La historia está llena de situaciones que podríamos
etiquetar de síndrome de hybris desde los más antiguos tiempos
griegos y romanos hasta la actualidad, en la historia reciente podemos
identificar numerosos casos de síndrome de hybris.
Por ejemplo, Margaret Thatcher demostró numerosos síntomas a partir de 1988, sobre todo frente a la unificación alemana, que ella vio como un potencial IV Reich. Pero para los autores el caso más nítido de hybris es el de Tony Blair, destacan la presentación de Blair ante la convención del Partido Laborista, después del ataque a las Torres Gemelas: "Parecía un coloso político, mitad césar, mitad mesías".
Por ejemplo, Margaret Thatcher demostró numerosos síntomas a partir de 1988, sobre todo frente a la unificación alemana, que ella vio como un potencial IV Reich. Pero para los autores el caso más nítido de hybris es el de Tony Blair, destacan la presentación de Blair ante la convención del Partido Laborista, después del ataque a las Torres Gemelas: "Parecía un coloso político, mitad césar, mitad mesías".
También George W. Bush, desarrolló el síndrome de hybris
cuando declaró la guerra a Irak. Lo vimos hablando desde el portaaviones
Abraham Lincoln, con la leyenda "Misión Cumplida" a su espalda. Días
después, el embajador británico en Irak informaba a Tony Blair que estaban
envueltos en una guerra sin liderazgo, sin estrategia, sin coordinación.
En lo que toca a la historia reciente de nuestro país y al patético intento de jugar un rol desproporcionado en la diplomacia internacional -consecuencia también del síndrome de hybris- , podemos recordar a José Mª Aznar en la foto de las Azores, junto a Bush, Blair y Barroso, decidiendo invadir Irak. O a Mariano Rajoy hablándonos a través del plasma. Por poner solo dos ejemplos, ya que la lista sería interminable, si añadiéramos presidentes de diputaciones, de comunidades autónomas, alcaldes, y tantos otros que demuestran una megalomanía exacerbada.
En éste sentido, lo que conocemos como síndrome de la
Moncloa, es a la postre, un cuadro de aislamiento creciente, desconfianza
intensa hacia el entorno y alejamiento de la realidad. Podemos recordar como
Zapatero decía en sus primeros tiempos que "el poder no me va a
cambiar" y la diferencia de sus últimos momentos en la
presidencia del gobierno. Es difícil no acabar padeciendo el sindrome
de hybris con el paso de los años: el tiempo siempre
pasa factura. De ahí la esticta necesidad -desde la perspectiva psiquiátrica al
menos- de limitar los mandatos políticos por ley.
Como vemos el ejercicio del poder puede trastornar la
conducta de los hombres. Respondiendo a la pregunta inicial: Sí, se puede "enfermar
de poder".
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