Sentado al borde de la ventana. El mate caliente, un cigarro en la mano y la mirada observando la ciudad desde un viejo edificio de Barrio Güemes. El cielo quieto, las nubes grises, tapando lentamente el sol de ese viernes por la siesta. Una leve brisa que relaja, distiende el cuerpo de tanta humedad. Miles de gotas cayendo suavemente desde el cielo, refrescando la ciudad. Limpiando las calles, revitalizando el verde de los arboles. El perfume de las flores, esparciéndose, en el aire. El día se pausa, gris con leves rayos de sol. La música a un compas que acaricia. Un pensamiento tranquilo, la billetera vacía. Dos ojotas brasileras y una media sin par, en el piso, en la misma posición desde “vaya uno saber cuándo”. Una guitarra apoyada, esperando liberar sus notas. La brisa bamboleando la cortina, dejando entrever un perro negro en el techo del vecino. Un cachorro con una pantalla en la cabeza para evitar que se muerda o vaya uno a saber para qué. Los pájaros felices, cantando al sol, la lluvia y –quizás- disfrutando la suavidad del violão de João. Una mirada solitaria, una hoja en corcovado. Una cama y un cuerpo tendido junto a la ventana, esperando el momento de partir, mientras saborea otro mate. Tranquilidad de un viernes, contando los simples detalles de un momento.
Día tras día lucho por ti. Lucho para que seas parte de mi vida. Te busco, te encuentro y te vuelvo a perder... pero nunca ceso en mi búsqueda. Eres un sentimiento infinito que se representa en la espontaneidad de cada uno de mis amaneceres. Cada batalla que brindo lleva tu nombre, cada palabra también. Solo te busco a ti. A ti que me exoneras, me haces prevalecer... me haces ser lo que soy. YO Me distingues en la densidad de la masa, alimentas mi espíritu. Eres lo que mi alma exige para vencer el miedo y adquirir seguridad en sus accionares. Eres la fuerza que me llena de naturaleza. Alimento de los oprimidos, energía vital... tu eres lo que mas amo Y te llamas libertad
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