El día en que mi salud me aléjese de ti, sentiré que es el fin de mis días. Quizás, pasen muchos más antes de recibir aquel beso ponzoñoso, pero estoy seguro que -dentro mío- existirá un vacio tan enorme, que sentiré que se me ha ido la vida. Porque ya no serán lo mismo las mañanas, porque ya no podré evitar dormir en las siestas. Porque los atardeceres te extrañaran y –también- las previas a las comidas. Que sería de mí sin el oro verde, y le digo así porque algunos empresarios se aprovechan de cuanto le necesitamos. Que sería sin ese yuyo que me hace argentino, que me hace criollo, latino. El día en que mi cuerpo me diga que me estomago no puede tolerarle, se que será mi fin. Porque lo necesito como al aire que respiro y –mucho más- que comer y dormir. Esa infusión tan gloriosamente descubierta por los americanos del sur o –como nos gusta que nos llamen- latinoamericanos.
Este brebaje, hijo de leyendas del norte de Argentina y los estados sureños del Brasil, que estima un consumo anual cercano a los 100 litros por persona y demanda cerca de 240.000 toneladas de yerba mate (1). Ese Néctar de un origen difuso que se cree que es una invención de los Guaraníes y que en sus intercambios comerciales fueron insertandolo dentro del acervo cultural de Querandíes, Pampas y Tobas, entre otros. Ese liquido que deriva su nombre de la palabra quechua mati, que se utilizaba para llamar a la calabaza recipiente, que era más fácil de pronunciar para los españoles que la guaraní caiguá, que cumplía la misma función.
Aquel que los indios sorbían en un recipiente por medio de la tacuapí (pequeña cañita usada a modo de bombilla) o bien mascaban sus hojas durante sus largas caminatas (2). Aquella yerba que nos da el mate cocido –descubierto y cosechado por los jesuitas que bebían las hojas en un té-; esa que vuelve mucho más rico un sándwich de mortadela. Aquel vegetal que algunos fundamentalistas prohibieron, allá por 1610, por considerarla diabólica; que generó denuncias ante la Inquisición de Lima (Perú) por tener "sugestiones claras del demonio".
El mate es un alimento, es salud. Si uno se pone a investigar un poco, descubre que la yerba mate es un antioxidante más potente que la vitamina C. Que tiene un gran poder para regular el sistema inmunológico y la defensa del organismo protegiéndolo de la destrucción celular. Que es un estimulante (su extracto químico, la mateína) que mejora la actividad mental, aumenta la energía y la concentración. Paradójicamente es un estimulante que funciona como ansiolítico, porque estimula pero tranquiliza. Aumenta la resistencia al cansancio mental y físico, es antidepresivo. Posee 15 diferentes aminoácidos, vitaminas B1, B2 (riboflavina), C, A, caroteno; y minerales como potasio, magnesio y manganeso, los cuales evitan el ácido láctico en los músculos, siendo un energizante natural indicado para deportistas (2).
¿Cómo no enamorarse perdidamente de ella? Es todas las mujeres en una mujer. Y es natural, es hija de la tierra. Esa planta que nace sur este de Paraguay, sur oeste de Brasil, Misiones y noreste de Corrientes, ha generado mitos, leyendas y alabanzas tanto en sus cultivadores como consumidores. Pero, por sobretodo, ha generado amor. Porque la yerba mate se comparte, se disfruta. Es frío y calor. Amarga y dulce. Se deja beber como gustes. Es amiga y compañera. El mate es compañía, por eso, genera devociones que van mas allá de la razón. Y Yo soy uno de esos que le gusta creerlo.
CANCION PAL MATE
Fuentes:
(1) "Los argentinos tomamos cien litros de mate por año"
(2) "El muy argentino mate"
* "Mate (infusión)"
"Historia del Mate"
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