Un día, abres los ojos y ese cosquilleo no se encuentra en
su lugar. Esa sensación, no está… pero no te resignas. Sales al mundo con la
misma actitud, en busca de recuperarla. No es vano el tiempo que pasa, no es mínima
aquella actitud. Aunque tus ojos ya no son los mismos. Sonríes intentando
sorprenderte, encontrar lo nuevo, solo para descubrir que ya tienes una rutina
y que ese sol que, a veces, no brilla –en realidad- siempre ha brillado. Solo,
que estupefacto, ante la falta de esa grandiosa sensación has dejado de ver la
luz.
Otro día, te acuestas, no puedes conciliar el sueño. Gira y
giras, abrazando la almohada. Rascas tu cabeza y luego miras hacia tu ventana.
Ese mosquito veranero es un trombón en el silencio de la noche serrana. Sientes
hasta el sonido de tu propia respiración. Te sientas. Te paras. Caminas. Te
vuelves acostar. Te descubres en el sueño, que se concilia contigo mismo y te
regala algo de paz
Al despertar, algo se ha resuelto. Algo es distinto. El cosquilleo, ha vuelto, pero no es el mismo. El sol ahora brilla, pero no encandila. Los pies están inquietos, aunque ya no corren, solo caminan. Ya no vez, solo observas. Ya no piensas, sientes y razonas. El cosquilleo, ha vuelto a tu mañana. No es el mismo pero ¿Quién ha dicho que hay algo de malo en crecer?
Al despertar, algo se ha resuelto. Algo es distinto. El cosquilleo, ha vuelto, pero no es el mismo. El sol ahora brilla, pero no encandila. Los pies están inquietos, aunque ya no corren, solo caminan. Ya no vez, solo observas. Ya no piensas, sientes y razonas. El cosquilleo, ha vuelto a tu mañana. No es el mismo pero ¿Quién ha dicho que hay algo de malo en crecer?
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