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La magia de la televisión, frente a la caprichosa internet.


Un viernes por la noche, llega la tan ansiada añoranza. Tantos días esperando y ha llegado el momento, el medio que me dé satisfacción, esta a mi alcance y lo hace de forma simple y entretenida. Ya desde muy niño, sentía su magia en mis pupilas. La magia de las luces, la magia de las caras, la magia de los hechos, la magia de la propia magia. En esa caja cuadrada, todos los sueños eran posibles; todos los límites físicos, racionales, sociales, económicos, culturales –todo limite- eran superados de maneras maravillosas, estrafalarias, rimbombantes.  Y como un bobo, quedaba estupefacto frente al vidrio reflector de la pantalla de un televisor.
Y digo viernes por la noche, quizás, porque ese día daban el “especial de terror” por Space, o –por que quizás- en Telefe daban alguna película casi a estrenar, la cual promocionaban durante toda una semana y uno la esperaba de forma ansiosa, con la necesidad de permear su masa de deseo insatisfecha con un poquito de placer visual, auditivo, sensitivo. Un tónico para el alma. Esa era la televisión.

La caja de los sueños creaba, en su estado de espera, de añoranza (como lo es la fijación misma de un simple programación) un estado tan profundo en las personas. Generaba sentimientos ambiguos, pero reales. Indignación, violencia, ira, pero también amor, compasión, esperanza. En el mundo hay de todo y la televisión como buen producto comercial se adapta al sistema. “La televisión es la excusa para vender publicidad de forma masiva” dijo alguna vez, Ulises. La realidad es que es un producto comercial, pero que venia con dotes distintos. Se le notaba cargado de una luces que le hacían única. La cuestión es que esa magia, no solo se quedaba en casa. No. La llevábamos a la de un amigo y la compartíamos. Nos sentábamos a comer en familia, mirando la televisión, pero juntos; intentando crear una actividad de grupo, un acto social. Hasta luego de terminado el evento, se conversaba al respecto.

Muchos critican a la televisión justamente culpándola de lo contrario a lo anteriormente expuesto: “La televisión aliena y quita su carácter social a las personas”. Es cierto, hasta cierto punto. La cuestión en realidad es preguntarse: ¿Cuál es el grado de sociabilidad de las personas en la era moderna? ¿El grado de integración dentro de los grupos fundamentales como lo son la familia, los amigos, etc.? La verdad que es considerablemente poca. No quiero ser un crítico extremo de la modernidad ni mucho menos, puesto que, primero no soy quien, y segundo no poseo los argumento adecuados para realizar semejante critica; solo digo que, la televisión dentro de sus aspectos alienantes, siempre dio espacio para fomentar la interacción humana. Y no solo eso, si no –y más importante aun- es un medio que, al menos, finge satisfacer al ser mas insatisfecho de este planeta: el hombre.

¿Frente a qué planteo esto? La nueva era trajo consigo la revolución del internet. Genial. Es lo más cercano a dios que los humanos hayamos descubierto. Es más, lo creamos, pero se nos fue de las manos. Es tanta la información que posee que, en este momento, es independiente a nosotros.

Esto no tiene nada de malo, al contrario, poder acceder a la información necesaria de forma práctica no parece ser más que una gran ventaja. Hasta parece contradictoria, el hecho mismo de que esta nota esta siendo publicada por ese medio. Pero aquí la cuestión en si es otra, lo que vengo a plantear es muy diferente.

El hecho de poder acceder a lo que deseamos, en el momento en que lo deseamos, no hace seres más caprichosos. Como un niño, cuando la madre dice: “NO”, lo que se está haciendo no es una simple negación; sino que se le está enseñando al niño, primero, que no es el centro del universo por lo que no podrá acceder a todo lo que quiere pasando por encima a los demás (quizás algunos seres nunca tuvieron estos valores y por eso se comportan de forma tan descarada); segundo, esa negación no solo le da la autoridad a nuestro padre negador, sino que nos ayuda a valorar el hecho mismo de conseguir aquello que se desea. Poder ver los dibujitos animados para el niño se vuelve un premio y no una costumbre de evasión. Aquí reside un conflicto más profundo que es el hecho de "¿cuanto miramos o no la televisión?, pero no es el fin de la nota. Eso sí, no podía evitar ser tomado en cuenta, pues es cualitativamente determinante.

Como decía, el hecho de poder ver una programación fijada por otros en un momento determinado hace que podamos disfrutar de forma sana de ese evento. Lo disfrutamos porque está en el ahora, en el hoy, en el presente. Y esta marcado en el tiempo, “desde las 22:30 hasta las 23:50”. Y justamente es esto, lo que internet quita a la vida: “su esencia temporalmente actual”. 

Ya no está nuestra madre que no dice no, simplemente nosotros somos completamente libres en la decisión de dirigirnos hacia donde queramos cuando queramos. Es como manejar por una autopista hacia la dirección que deseamos sin importar dónde va el otro. Repito no quito la genialidad de las dimensiones de Internet. No, lo que digo es que Internet quita esa magia de ver una película, de informarse con un noticiero, despersonaliza, enfría. Quita la magia del presente saber que esto está ahora y si no lo veo ahora, quizás ya no lo pueda ver nunca más**.

"Solo trae consigo una hiperactualidad, todo pasa tan rápido,
 le  da tanta velocidad a la vida que, al final, la hace menos real".


**Cabe agregar que la televisión actual está perdiendo la magia puesto que se ve sometida a este proceso donde internet la determina en sus contenidos, así como también por las necesidades de un mercado cada vez mas vaciado de contenido.

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