Te llame. El teléfono sonó entre 5 y 10 veces. Sentí que no querías atenderme y lo descubrí cuando al fin te escuche. Tus palabras parecían mudas, se notaban tajantes. Dolidas. ¿De qué? No lo sé, lo que sí, se que las viví en la propia piel. Te dije que nos viéramos, que te necesito. La mudez otra vez. Silencio que se expresa en palabras vacías de contenido. Blasfeme en mi propio silencio y, otra vez, regresaron las palabras. Un adiós, un hasta pronto. Un “te escribiré, si tengo ganas de verte”. Así es el amor contigo. Sabe a poco este domingo. Sabe a nada y sigo dormido. Dormido por la necesidad tus labios de mujer, por las caricias de mañana; las cuales presiento, que contigo, jamás podre tener. Y aun así, sigo contigo, sigo en la distancia, en tu ausencia y en tu silencio. Sigo así, porque te quiero, porque aun cuando me lastimas, me haces bien. Te quiero y no sé por qué me haces bien. Porque me lastimas con tanta facilidad que me siento una copa de cristal. Porque me hum